Queridos hermanos y hermanas
Estamos en un tiempo crucial sufriendo por el estado de alarma de coronavirus en España y todo el mundo. Suprimidas todas las actividades de nuestro trabajo en nuestros hogares y también en la Iglesia, queremos saludaros a todos a través de las redes sociales y de nuestra página web para que nos pongamos en contacto y podamos pasar reflexionando sobre nuestra vida con Jesús en este tiempo Cuaresmal, el valor del sufrimiento:
El valor del sufrimiento
¿Por qué hay sufrimiento? ¿No podría ser la vida sin dolor: sin enfermedad, sin violencias, sin desgracias, sin temores? Y vamos a pensar los siguientes puntos que estamos pasando en esta pandemia del coronavirus:
1. Sufrimiento y dolor
2. Remedio del dolor humano
3. Amar al que sufre
4. Sentido del sufrimiento
5. Un misterio
6. Las crisis de fe
7. El dolor cristiano
8. Eucaristía y sufrimiento
9. El dolor y la esperanza
Como creyentes que somos en el Dios de la Biblia, uno de los problemas más difíciles que se nos presenta es entender el sufrimiento humano. ¿Cómo puede Dios —a quien la Biblia presenta como un Dios infinitamente bueno y amoroso, y también todopoderoso— permitir tanto sufrimiento en medio de Sus criaturas en el mundo? ¿Le importa verdaderamente a Dios? ¿Por qué permite Él los horrores de la guerra? ¿Por qué deben sufrir tanto los inocentes? ¿Por qué debe producir la enfermedad tan espantoso dolor? ¿Por qué deben nacer bebés deformes o que carecen de capacidad mental? Estas y muchas otras preguntas semejantes se plantean a menudo —no solamente los que están fuera de la iglesia, sino también los mismos cristianos. Este problema puede llegar a ser tan agudo que la fe de algunos naufraga en las rocas del sufrimiento humano, como ya ha sucedido.
Aunque puede que no encontremos una solución satisfactoria para este problema, tal vez este estudio pueda aliviar las luchas de los demás, y ayudar a cada uno de nosotros a entender el sufrimiento de un modo más profundo. El sufrimiento incluye no sólo el dolor físico, sino también las desilusiones, las frustraciones mentales, las pérdidas y las tribulaciones del corazón humano. Puede que estas luchas sobrevengan con una repentina devastación, o que abrumen nuestro espíritu de forma gradual.
El ser cristiano no hace que el problema del sufrimiento se vuelva más fácil de resolver; sino más difícil. El que no cree en Dios no tiene problema para explicar el sufrimiento y la tragedia. Si el universo no tuviera sentido, sino que sencillamente fuera una máquina inerte, ¿cómo podría tener preocupación alguna por los seres humanos? A un mundo así no podría «importarle» que los hombres sufran o no, porque no tendría la capacidad de «importarle». En un mundo sin significado, no habría necesidad de buscar una razón por la cual ocurre la tragedia. El hecho en sí de que uno cree en un Dios personal —un Dios que es redentor, sacrificado, amoroso y que se preocupa infinitamente por el hombre— vuelve más agudo el problema. No obstante, el ateo tampoco se libra de problemas con negar la existencia de Dios. Puede que no tenga que dar cuenta del sufrimiento o del mal que hay en el mundo, pero enfrenta un problema mucho mayor, que es el de explicar el desinterés, la bondad y el heroísmo de los que viven y mueren por los demás. ¿Cómo puede explicar la nobleza de los que mueren por sus convicciones de lo que es justo? Estas son las personas que el mundo considera sus más grandes héroes, ejemplos históricos de las más excelentes cualidades de la humanidad. Si las cualidades nobles y heroicas del hombre fueran solamente el resultado del agrupamiento casual de átomos, ninguna explicación podría darse, ni habría razón alguna para el universo. Así, todo lo que el hombre ha pensado acerca del sentido del mundo se reduciría a un simple absurdo. ¡Aunque el incrédulo se libra de un problema, es confrontado con uno mucho más difícil!
Sin proponérnoslo relacionamos el sufrimiento con el mal. Sin entrar por el momento en un análisis profundo, podemos decir que sufrimos porque algo está mal, quizá porque echamos de menos algún bien. De hecho el sufrimiento es probar el mal. Es la impresión de mal en la vida con sus consecuencias negativas. Pues, desde luego, el dolor, por así decir, en sí mismo -sin ser probado- no es ni siquiera posible. El sufrimiento es lo que no queremos, de lo que nadie puede querer para sí mismo, porque de suyo es negativo para la vida pero que por alguna razón padecemos: es aquello contra lo cual yo, al menos de momento, nada puedo hacer. Algunas veces porque no quiero evitarlo, otras, porque me vale la pena sufrirlo, o, incluso, porque me interesa padecerlo. Se trata, por tanto, del dolor humano, es decir, en el hombre maduro; que es muy distinto del dolor, por ejemplo, animal. El animal únicamente siente dolor, algo le molesta y nada más. No se pregunta, lógicamente, por el sentido de su dolor. Por eso son sólo las personas las que sufren. Siendo siempre desagradable el sufrimiento, repulsivo, es, sin embargo, variado: tristeza, congoja, ansiedad, angustia, temor, desesperación, dolor físico, etc. En cualquiera de los casos al sufrimiento siempre le acompaña una reacción de huída. Cuando sufrimos nos sentimos mal aunque propiamente el mal sólo afecte a cierto aspecto concreto de nuestro yo, ya sea del cuerpo o del espíritu. Incluso si aceptamos el dolor, por otra parte, deseamos que se pase; y hablamos de desesperación cuando no vemos el fin a un dolor.
Como mucho, el cristiano puede morir; pero eso es sólo cuestión de tiempo para todos; y, por otra parte, el fin de sus dolores y el comienzo de la Vida que más desea: un buen cristiano no puede ser miedoso. No, desde luego, porque se crea "alguien", sino porque se cree Cristo... San Pablo es el prototipo de la persona sin miedo aunque haya abundante dolor en su vida: Porque el mensaje de la cruz - dice- es necedad para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios (1 Cor 1, 18). "En la cruz, Cristo ha alcanzado y realizado con toda plenitud su misión: cumpliendo la voluntad del padre, se realizó a la vez a sí mismo. En la debilidad manifestó su poder y en la humillación toda su grandeza mesiánica ¿No son quizás una prueba de esta grandeza todas las palabras pronunciadas durante la agonía en el Gólgota y, especialmente las referidas a los autores de la crucifixión: «Padre, perdónales, porqué no saben lo que hacen»? (Lc 23, 34) A quienes participan de los sufrimientos de Cristo estas palabras se imponen con la fuerza de un ejemplo supremo". Es el esplendor del Amor Omnipotente que ama a toda costa. Le preocupa -por así decir- el perdón que necesitan aquellos hombres. Así nos enseña siempre a amar con sufrimiento.
Por último, San Pablo insistía en el futuro de gloria que espera al cristiano que vive la Cruz. A los Romanos les dice: Somos coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con El para ser con El glorificados. Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Rom 8, 17-18); y en la segunda carta a los Corintios leemos: Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable, y no ponemos los ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles (2 Cor 4, 17-18). Y no deseo a terminar sin recordar unas palabras, "Aunque hayáis entregado mucho, no habéis cumplido totalmente el sacrificio: podéis aún levantar más en alto la Cruz. Yo os puedo asegurar que en este tiempo de sufrimiento gustoso, aunque el cuerpo se fatigue, he llegado a la seguridad de que la Cruz la lleva Jesucristo: y que nuestra participación en su dolor nos llena de consuelo y de alegría".
Parroco P. Arockia, OCD.